El mes de noviembre fue intenso en la vida política de nuestro país. Los ciudadanos fuimos convocados a unas elecciones generales para renovar las Cortes (Senado y Congreso) y, con ello, el Gobierno de la Nación. Esa intensidad se mantiene en el mes de diciembre ya que a mediados se constituyen las Cortes y a finales tomará posesión el nuevo Gobierno, momento en el que conoceremos sus proyectos para esta nueva legislatura.
Conviene recordar que los ciudadanos seguimos siendo protagonistas de la vida Política (y si no es así tenemos que hacer lo posible por serlo). No podemos descargar nuestra responsabilidad en aquellos que han resultado elegidos. Es más, estamos llamados a exigirles que trabajen por el bien común. El gran problema es que nuestra democracia no tiene articulados mecanismos para ello y los electos no parecen estar tan interesados (al menos esa es la experiencia hasta ahora) por contactar con la ciudadanía como cuando ha estado solicitando nuestro voto. No obstante, no podemos resignarnos y a través de los cauces que sea hemos de hacer llegar nuestra voz.
Uno de los retos más importantes que hemos de afrontar como sociedad, y que el nuevo gobierno deberá impulsar, es el del trabajo. El mes de diciembre comenzaba con la noticia de un importante incremento del desempleo (en noviembre un 1,51 %, con 44.566 parados en Valladolid). También en los primeros días de diciembre celebrábamos el Aniversario de la Constitución Española, que en su artículo 35 dice: “Todos los españoles tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia, sin que en ningún caso pueda hacerse discriminación por razón de sexo”.
Para quienes vivimos animados por el Espíritu de Jesucristo, el acceso a un trabajo no es sólo cuestión de un derecho y un deber, sino que, dado que está en juego la dignidad de la persona, es un reto moral: “el paro provoca hoy nuevas formas de irrelevancia económica, y la actual crisis sólo puede empeorar dicha situación. El estar sin trabajo durante mucho tiempo, o la dependencia prolongada de la asistencia pública o privada, mina la libertad y la creatividad de la persona y sus relaciones familiares y sociales, con graves daños en el plano psicológico y espiritual. Quisiera recordar a todos, en especial a los gobernantes que se ocupan en dar un aspecto renovado al orden económico y social del mundo, que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad”. (CIV 25).
Los cristianos, personal y comunitariamente, estamos llamados a reclamar a las autoridades políticas y a la sociedad en su conjunto un trabajo para todos, un trabajo que permita y fomente el desarrollo de la persona y su vida familiar y social, un trabajo que dignifique a quien lo realiza y contribuya al bien común construyendo la familia humana.
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