El 7 de octubre se celebra el Día Internacional del Trabajo Decente. Siempre, pero especialmente en este momento de crisis global, conviene recordar esta celebración.
¿A qué nos referimos con trabajo decente?. La Organización Internacional del Trabajo lo define como contar con oportunidades de un trabajo que sea productivo y que produzca un ingreso digno, seguridad en el lugar de trabajo y protección social para las familias, mejores perspectivas de desarrollo personal e integración a la sociedad, libertad para que la gente exprese sus opiniones, organización y participación en las decisiones que afectan sus vidas, e igualdad de oportunidad y trato.
Este concepto concuerda perfectamente con la concepción del trabajo que expresa nuestra Doctrina Social. Tal es así que Juan Pablo II, con motivo del Jubileo del año 2000 apoyó explícitamente este objetivo de la OIT y Benedicto XVI en su Encíclica "Cáritas in Veritate" recoge su preocupación por la violación del trabajo humano haciendo mención a la Encíclica "Laborem Exercens" de la que estamos celebrando el treinta aniversario.
En el número 63 de "Cáritas in veritate", Benedicto XVI expresa claramente el sentido del calificativo decente aplicada al trabajo: Significa un trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación.
Mirando ahora a nuestra realidad, cabe preguntarse: los derroteros que están tomando las denominadas reformas del mal llamado mercado de trabajo (¿las personas pueden ser consideradas mercancías?) caminan en la dirección de un trabajo decente. La simple experiencia nos dice que no: jóvenes que tienen que salir de nuestras ciudades y pueblos a trabajar donde pueden y en lo que pueden (por tanto un trabajo no elegido libremente), familias rotas por la distancia porque el matrimonio tiene que estar trabajando en ciudades diferentes para poder hacer frente a los gastos (no permitiendo satisfacer las auténticas necesidades de la familia), trabajos sin horarios (dificultando las posibilidades de tener otra actividad familiar, social o religiosa), y un largo etcétera.
En este 7 de octubre hemos de proclamar muy alto en medio de la sociedad la apuesta de la Iglesia por un trabajo decente, incluso en esta situación de crisis. Ciertamente somos portadores de Buenas Noticias para los trabajadores y trabajadoras. Pero, ¿podemos afirmar con tal rotundidad que estamos, a nivel personal, de grupo, de comunidad parroquial, de iglesia diocesana, comprometidos efectivamente en este objetivo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario